El paraiso
Unadi, llegó silencioso, como felino salvaje en busca de caza, aunque tenía hambre había aceptado que hasta la mañana siguiente, no buscaría algo de comer, ahora solo quería encontrar un lugar seguro donde pasar la noche. Desde el autobús, que diariamente le traía hasta el pueblo en busca de una puerta de supermercado para sobrevivir, había divisado a veces esta tapia serena y cálida, la frondosidad que se insinuaba, se le antojó suficiente para esconderlo. Había perdido el bus y pensó---en peores lugares he dormido, ---sonrió nervioso, ---así mañana me ahorro el billete. Entró sigiloso, colando su delgado cuerpo por entre una grieta, junto a él un pequeño perrillo lo había seguido curioso, quizás en busca de una simple compañía, o tal vez al abrigo de unos cartones que Unadi había logrado arrastrar hasta la tapia. Al entrar apenas podía controlar donde pisaba, la tenue luna iluminaba generosa una hendidura misteriosa junto a un árbol, de enormes hojas rasposas, el simulado asiento era perfecto para calentar el cuerpo, cubierto ya por aquellos cartones. Al segundo el simpático perrillo, se abrió paso entre los pies de Unadi, que agradeció al instante el gesto con una enorme sonrisa.—¿Te habrá mandado el cielo, ?---le preguntó como si éste fuera a contestarlo. El animal trepó hasta la altura de su pecho y reclinando su cabeza, suspiró hondo y se dispuso a dormir.----Tienes razón ---se dijo a sí mismo ---menos charla y a dormir. Sin embargo, Unadi, no podía coger el sueño.---¡Si acaso fuera como él ¡,... una tristeza sepulcral, se apodero repentinamente de su alma, recordó su tierra, donde su color de piel no le hacía diferente, emocionó su corazón recordando a su esposa y a su hijo, a quienes prometió volver para traerlos. Se sentía frustrado y engañado, arriesgó su vida pensando que con ello encontraría el paraíso,y resultó encontrar casi el infierno. Atrapado, en una jaula invisible y poderosa, pensó---un hombre que no cumple su palabra, no es un hombre---se echó a llorar como un niño perdido en mitad de la noche, de una noche larga y oscura que no acababa con el día, el tierno animal abrió sus negros ojitos y gruñió dictatorial.---está bien, ya entiendo----le dijo al tiempo que esbozaba una tímida sonrisa.---sin duda te mandó el cielo, ¿quien quiere ser pesimista?,mañana puede cambiar mi suerte, mañana puede empezar una nueva vida, el calor que desprendía la tierra le confortó curativamente el alma, olvidó su sufrimiento, se inundó de esperanza, y bajo sus efectos sanadores, entró en plácido sueño...
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